Ola de incendios en Ourense, urge escuchar al pueblo, su custodio, para evitar que se repita

Ana Tuñas Matilla
San Miguel de Bidueira (Ourense), 17 ago (EFE).- La oleada de incendios que arrasa Ourense pone de manifiesto la necesidad de revisar los protocolos de prevención y extinción de incendios para adaptarlos a la nueva realidad demográfica y climática y que urge hacerlo escuchando a sus habitantes, custodios de un territorio que saben cómo proteger.
En la región están acostumbrados a convivir con los incendios, que se registran año tras año desde que alcanza la memoria porque siempre ha habido quien recurre a las quemas para limpiar el monte de vegetación y animales y pirómanos que prenden fuego por el placer de ver arder.
Sin embargo, nunca antes se registraron tantos a la vez ni tan virulentos y difíciles de extinguir, no solo por la complicada orografía, carreteras estrechas plagas de curvas y la exuberante vegetación de la región, en la que apenas hay industria.
Para que se hayan desbordado todas las previsiones se han juntado varios factores: las extremas e inusuales temperaturas máximas registradas desde inicios de agosto, la gran carga de combustible (pastos y matorral) que dejaron las intensas lluvias registradas hasta junio y la sequedad del terreno por la posterior ausencia de precipitaciones.
Montes y bosques cargados de combustiblePero si hay una causa que predomina sobre todas esta es el abandono de los montes y bosques, según denuncian los vecinos, que critican que las normas se hagan desde despachos, sin tener en cuenta la realidad del territorio y sólo pensando en objetivos.
La principal queja: los montes y bosques no se han limpiado ni preparado en invierno pese a que «los que mandan» conocen la realidad: la ganadería extensiva, la mejor desbrozadora natural, ha caído en picado en las últimas décadas en la región, y en las aldeas apenas queda población y la que hay es muy mayor para realizar esos trabajos.
Desde el pasado 9 de agosto, los vecinos de la zona viven el horror que supone la ola de incendios que está azotando el Macizo Central ourensano, que no solo está arrasando hectáreas, está arrasando el medio de vida y el hogar de miles de personas.
Las pequeñas explotaciones ganaderas, las de aquellos que llevan a sus animales, vacas, ovejas y cabras, por prados y bosques, han ido despareciendo por falta de relevo generacional y, según cuentan ex ganaderos, por la imposibilidad de adaptarse a unas normativas cada vez más exigentes y que han llevado a muchos a tirar la toalla en los últimos 10 o 15 años.
Esos animales mantenían a raya los bosques y montes porque se alimentaban de ellos y, además, preservaban limpios los caminos por el simple hecho de transitarlos. Ahora, es imposible pasar porque la maleza los ha invadido y nadie los limpia.
También han desaparecido muchas huertas que, junto a muchas eras, se han convertido en «fábricas» de hierbas, porque los que las cultivaban y cuidaban ya no están o son muy mayores para hacerlo.
Como alguien tire una cerilla, salimos todos ardiendoMuchos se quejan también de que las normas ambientales dificultan desbrozar muchas zonas, ya sea por la presencia de especies protegidas o por la cantidad de permisos que hay que solicitar para poder quitar cualquier árbol de las fincas.
«Mira cómo está todo, nadie ha venido a limpiar, como alguien eche una cerilla salimos todos ardiendo». Esa era la frase más repetida a principios de agosto, en el que, a diferencia de otros años, no se veía pasar a militares vigilando para disuadir a los incendiarios.
«Hace unos años nos cayó una multa por desbrozar aquí porque tocamos no sé qué planta protegida. No lo volvimos hacer y mira ahora, se ha perdido todo», comenta un paisano mientras recorremos Cabeza de Manzaneda, el monte que alberga la única estación de esquí de Galicia y que ha quedado reducido a cenizas.
A todo esto, hay que añadir el cambio climático, que ha dejado unas temperaturas máximas jamás vividas en Ourense, al menos durante tantos días seguidos. Tampoco han ayudado a apaciguar el fuego la ausencia de precipitaciones y los fuertes vientos que soplan.
Efectivos exhaustos. El paisaje de una vida, arrasadoAnte la evidente falta de medios, los brigadistas y efectivos de la UME se están centrando en salvar los pueblos, como no podía ser de otra manera, lo que conlleva que las llamas sigan devorando montes y bosques y que muchos ganaderos se estén quedando sin recursos para alimentar al ganado.
Muchos de los efectivos que luchan contra el fuego están agotados y la población también porque acumulan muchos días viendo como el fuego salta de un lugar a otro sin que se atisbe el final de un horror que está borrando del mapa el paisaje de toda una vida.
A pesar de todo, siguen trabajando codo a codo. Los vecinos, no sólo ayudan a los equipos de extinción a evitar que las llamas entren en los pueblos con palas fabricadas con «xestas» (planta que abunda en la zona), también les indican por dónde puede salir el fuego, por dónde hacer cortafuegos improvisados, dónde coger agua, cómo llegar a otro pueblo en el que han saltado las alarmas, etc.
Sin su colaboración, sin su saber, sería imposible apagarlos, y sin escucharlos será imposible saber cómo evitarlos porque son ellos, y solo ellos, los que guardan conocimientos de siglos conviviendo con el territorio, trasmitidos de generación en generación.
Esta crónica la he escrito tras hablar con decenas de afectados, con los que durante más de una semana he vivido el horror que supone la ola de incendios que está azotando el Macizo Central ourensano (Chandrexa de Quixa, O Barco de Valdeorras, Mormentelos, etc) y que dejará una huella imborrable en nuestras vidas. Mis orígenes están allí, en una de esas aldeas que salpican la región y que acabará desapareciendo y con ello, la sabiduría del pueblo. EFEverde
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