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Las señales de humo de Marsella y Narbona nos alertan sobre la urgencia de la transición ecológica.

Las señales de humo de Marsella y Narbona nos alertan sobre la urgencia de la transición ecológica.

Las regiones mediterráneas han sufrido incendios regularmente durante siglos debido a la actividad humana y a las particularidades del clima: son regiones donde la estación más cálida coincide con el período más seco. Las plantas se han adaptado perfectamente a esta particularidad, tanto en la morfología foliar como en la actividad metabólica. Han desarrollado procesos de resistencia bastante avanzados, que se reflejan en particular en la emisión de compuestos orgánicos volátiles. Estas emisiones son más abundantes cuando aumentan las temperaturas y la sequía.

Si bien estos compuestos orgánicos volátiles son el sello distintivo de las plantas típicamente mediterráneas (las famosas plantas aromáticas), contribuyen, a la más mínima chispa, en pleno verano, a transformar las garrigas y el matorral en "bombas" a punto de estallar. La omnipresencia y virulencia de los incendios forman parte de la naturaleza misma de los ecosistemas mediterráneos. Los brotes accidentales de origen humano y la rapidez de su evolución también fueron descritos por Jean Giono, en 1929, en su novela «Colline» .

Por lo tanto, podríamos caer en la tentación de decir que no hay nada nuevo bajo el sol, y sin embargo, no es cierto. La situación ha cambiado en las últimas décadas. De hecho, las consecuencias socioecológicas de los incendios se han agravado considerablemente, con el abandono agrícola [el abandono de tierras cultivadas] y la dinámica de la expansión periurbana: han propiciado la conexión espacial de las viviendas humanas con los espacios naturales, sin que seamos conscientes de la incompatibilidad de las prácticas con la presencia de vegetación espontánea adyacente.

cambio climático

En el contexto del cambio climático, esta constatación es preocupante: la versión "mediterránea" del calentamiento se materializa en periodos de sequía cada vez más largos (sobre todo en verano, pero a veces también en invierno) y, sobre todo, en olas de calor que secan con especial rapidez la vegetación, e incluso el suelo.

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Le Monde

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