Con su silueta roja y sus patas interminables, el lobo-guará, o lobo de crin brasileño, es un ícono nacional en peligro de extinción.

En la hora del lobo, ningún perro se atrevería a dejar la punta de su cola en el suelo. Son las 19:30 h y la noche ha caído sobre el Santuario de Caraça, un edificio neogótico enclavado en el corazón del estado de Minas Gerais. De repente, una silueta pelirroja con hocico negro y patas interminables aparece en la plaza. Con un paso fantasmal, el imponente animal avanza y devora una bandeja de comida ante la mirada de turistas entre fascinados y preocupados. El lobo-guará («lobo de crin» en español), el cánido más grande de Sudamérica, no deja a nadie indiferente.

En este monasterio, un antiguo colegio católico fundado en el siglo ^XVIII , los padres paúles alimentan al lobo-guara a diario desde la década de 1980. Esto permite a los visitantes de paso ver de cerca a este gran depredador con su melena leonada emergiendo de la oscuridad. Apodado "Zico", el lobo-guara, un macho de 6 años, pesa 30 kilos y mide casi un metro de altura.

En total, se cree que seis ejemplares de esta especie (cuatro adultos y dos cachorros de lobo) habitan el territorio del santuario de Caraça, un lugar de culto, pero también, y sobre todo, una reserva ecológica de 12.000 hectáreas, cuyo macizo culmina a más de 2.000 metros sobre el nivel del mar. «Es un espacio rigurosamente preservado, que alberga varios nacimientos fluviales, donde confluyen tres ecosistemas diferentes, incluido el del Cerrado», subraya Bernardo Borba Carneiro, de 42 años, biólogo de Caraça.

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